miércoles, 13 de noviembre de 2019

EMOCIONES PRISIONERAS





A veces, quisiéramos correr como lobos y encaramarnos a la montaña más alta para poder aullar y contarle a la luna todo lo callado, todo lo escondido y jamás dicho en voz alta. Quizás podamos hacerlo pronto, cuando la indecisión, las apariencias y el miedo al “qué dirán” no sean más que una molesta bruma.
Vivimos en una cultura que se resiste a la emoción, todos lo sabemos. Tanto es así, que cuando un niño cumple cinco años empieza ya a desarrollar ciertos mecanismos de represión, contendrá las lágrimas, se guardará ciertas palabras y bajará el rostro, cumpliendo así parte de esos mandatos tan habituales en el mundo de los adultos, a saber: “no llores, no digas, no expreses” (Robert Lee Frost)
Iniciarse desde bien temprano en “la cultura de las emociones prisioneras” no tiene una única consecuencia. No solo supone llegar a la madurez siendo un esclavo de los silencios y las verdades, a menudo, el niño al que se entrena en el aprendizaje de la emoción soterrada, acaba encontrando múltiples formas a través de las que expresar lo escondido, canales por donde emerge a menudo la agresividad, la rabia o el desafío constante.
Decía Sigmund Freud que la mente es como un iceberg. Solo la séptima parte de ella emerge fuera del agua, el resto, yace soterrado, sumergido en un universo helado donde habita todo lo callado, lo reprimido y todas las palabras que hemos elegido reservar por miedo a las consecuencias.
En más de una ocasión, cuando un conocido nos ha preguntado aquello de “¿Te ocurre algo? No tienes buena cara”, hemos respondido con un apresurado “No, no. Estoy bien. Todo va bien”. Con esa frase sellamos una retirada a tiempo, utilizando un formalismo común que todo el mundo practica el de las falsas apariencias. Porque a nadie le importa que nuestras partes rotas se sostengan en un hilo, porque entendemos que el dolor emocional es para los rincones privados de uno mismo.
No obstante, el verdadero problema nace muchas veces de nuestra incapacidad para desahogarnos ante personas que nos importan, No lo hacemos porque pensamos que “exhibir” el dolor, la molestia o la inquietud supone perder nuestro poder personal.
De algún modo, el revelarle a los demás que no somos felices , por determinadas circunstancias o por hechos muy concretos, hace que desarrollemos cierta “codependencia”, es decir, nos sentimos más responsables de cómo reaccionan los demás ante este hecho en concreto,, que de nuestras propias circunstancias.
 Atribuirle más valor a la posible reacción ajena que al problema de base hace que optemos por dejar las cosas como están. Hemos callado tanto tiempo que aguantar un poco más, a nuestro parecer, no importa. Pero no es conveniente. Nadie es un eterno funambulesco de sus propias cuerdas flojas, porque tarde o temprano esa cuerda se romperá y acabaremos cayendo. Lógicamente, cuanto más alto hayamos escalado en esta dinámica, el golpe y las consecuencias serán mayores.
Eres todo lo que has callado, pero mereces ser libre.
Este dato es curioso y vale la pena recordarlo: cuando algo nos desagrada, nos hace daño o nos molesta, como una palabra de agudo desprecio, el cerebro tarda apenas 100 milisegundos en reaccionar emocionalmente. Más tarde, en apenas 600 milisegundos registrará esa emoción en nuestra corteza cerebral. Para cuando nos digamos a nosotros mismos aquello de “no me afecta lo que he escuchado, voy a hacer como si no me importara”, ya será tarde, porque nuestros mecanismos cerebrales ya han codificado ese impacto emocional.
Nos han enseñado que demostrar nuestras auténticas emociones es malo, que quien dice la verdad agrede y que siempre será mejor hacer uso de una mentira sutil antes que poner en voz alta una amarga verdad. Pero no es cierto. Se puede ser asertivo sin ser agresivo. Es más, sería bueno que empezáramos a cambiar la clásica idea de que la emoción es lo opuesto a la razón, porque tampoco es cierto.
Permitirnos experimentar plenamente los sentimientos nos ayuda muchas veces a entender nuestras necesidades. Ofrece luz a muchos vacíos de pensamiento donde a menudo, los llenamos de falsas ideas: “si aguanto un poco más, las cosas pueden mejorar”, seguro que no sentía lo que me ha dicho, mejor hago como si no pasara nada”. Entender, escuchar y sentir en plenitud nuestras emociones es una necesidad vital que practicar cada día.
Debemos iniciarnos en el arte de la asertividad, en el sano ejercicio del “yo siento-yo merezco”. Debemos aullar a la luna, a la noche y al día todo lo que somos, lo que necesitamos y lo que valemos. Ya basta de priorizar en cada momento y a cada segundo las emociones ajenas a las propias. Es el momento de vivir sin miedo.  

sábado, 9 de noviembre de 2019

NO SE PUEDE VOLVER ATRÁS





Hay heridas que en lugar de abrirnos la piel nos abren los ojos. Cuando eso ocurre, no cabe otra opción más que coger los pedazos rotos de nuestra felicidad perdida para recomponer la propia dignidad. Un amor propio necesario para seguir adelante con la cabeza alta y la mirada firme, sin mirar atrás, sin mendigar realidades imposibles.

Este acto de descubrimiento o toma de conciencia de una verdad no siempre llega tras un acto doloroso que nos golpea sin esperarlo y sin anestesia. A veces acontece de forma sibilina, tras muchos pocos que al final hacen “un mucho”, como un rumor discreto pero persistente que al final nos convence de algo que quizá ya sospechábamos casi desde un principio.

MIRAMOS PERO NO VEMOS.

Dentro de una concepción más espiritual, es común hablar de lo que se conoce como el “tercer ojo”. Es, sin duda, un concepto interesante y curioso que en sus raíces tiene mucho que ver con esta misma idea.

Para el budismo y el hinduismo en este ojo se localiza nuestra conciencia y esa intuición que favorece un adecuado despertar personal. Un nuevo estado de atención en el que podemos percibir ciertas cosas que en otros momentos se nos escapan.

Porque ese es quizá el mayor problema que tenemos las personas: miramos pero no vemos. En ocasiones, nos dejamos llevar por nuestras rutinas hasta desdibujarnos en la insatisfacción. También es habitual que nos dejemos atrapar en relaciones en las que lo damos todo, sin percibir que lo que obtenemos a cambio es el veneno de la infelicidad.

Abrir los ojos a estas realidades no es un simple despertar a la conciencia, es un acto de responsabilidad personal.

Es momento de abrir los ojos

Fue Aristóteles quien dijo que son nuestros sentidos quienes se limitan a captar la imagen del mundo exterior como un todo. En este sentido, solo cuando hay una clara voluntad podemos ver la verdad, es entonces cuando la mente toma un contacto auténtico con lo que le rodea y sus reveladores detalles.

Conseguirlo no es fácil. Se necesita intencionalidad, intuición, sentido crítico y, ante todo, valentía para ver las situaciones y circunstancias reales, y no como nos gustaría que fueran.

Decir que muchos andamos por nuestra realidad con una venda en los ojos puede sonar desolador, pero cuando las personas acuden en busca de un terapeuta para encontrar el origen de su ansiedad, su cansancio, su mal humor y de esa apatía vital que les quita el ánimo y la esperanza, el profesional realiza varios descubrimientos.

A veces hay una férrea resistencia a ver las cosas tal y como son en realidad. “Mi pareja me quiere. En ocasiones me trata mal, pero cuando arreglamos las cosas, vuelve a ser esa persona maravillosa que tanto me ama”. “Tuve que dejar la relación con esa chica porque a mis padres no les agradaba, pero ellos siempre han sabido lo que era mejor para mí..”

Las personas nos negamos muchas veces a ver las cosas tal y como son por diferentes razones: por temor a vernos a nosotros mismos y descubrirnos, por miedo a tener que afrontar una verdad, por temor a la soledad, a no saber cómo reaccionar…Estas resistencias psicológicas son obstáculos mentales, mecanismos de defensa que alejan la felicidad.

No se nos puede olvidar que la felicidad es, por encima de todo, un acto de responsabilidad. Porque cuando por fin uno lo consigue, cuando logramos abrir los ojos, ya no hay vuelta atrás: es momento de actuar.

COMO APRENDER A ABRIR TUS OJOS

Un modo sencillo, práctico y útil de aprender a abrir los ojos a la verdad es dando un descanso a nuestra mente. Sabemos que puede resultar paradójico, pero no se trata de silenciarla, de apagarla o quitar las llaves al motor de nuestros procesos mentales. Se trata, simplemente, de desacelerar para encender ese “tercer ojo” del que hablan los budistas.

PASOS QUE HAY QUE SEGUIR

Sitúate en un lugar relajado, libre de estímulos que capten la atención de tus sentidos más físicos (sonidos, olor, sensaciones de frío, agobio o presión ambiental)
Cuando intentamos aquietar la mente, es común que al instante, irrumpan molestos pensamientos automáticos, intrusivos y carentes de utilidad: cosas que hemos hecho, que hemos dicho, que nos han pasado, que otros nos han dicho…

Cada vez que llegue hasta ti uno de estos pensamientos intrusivos, visualiza una piedra que es lanzada a un estanque. Imagina como cómo impacta contra la superficie del agua para después, desaparecer.

A medida que logremos controlar y apartar los pensamientos automáticos y sin utilidad, llegarán poco a poco esos otros donde se inscriben los miedos, las molestias, e incluso esas imágenes que se hallan grabadas en nuestro subconsciente y a las que no habíamos prestado atención (una falsa sonrisa, una mirada despectiva..)

Es momento de reflexionar sobre esas sensaciones e imágenes para preguntarnos  por qué nos hacen sentir mal. Lo importante es evitar justificaciones y juicios rápidos (mi pareja me ha dicho esa palabra despectiva porque seguramente, yo lo he provocado)

Debemos ver las cosas tal y como son, aunque nos parezcan crudas, aunque descubramos que son terriblemente dolorosas.

Para que este ejercicio traiga resultados y nos permita abrir los ojos debemos practicarlo a diario. La verdad ascenderá tarde o temprano hasta nosotros para quitarnos la venda de nuestro corazón y esos cerrojos donde nos hallábamos atrapados e insatisfechos.

Tras esto, ya no seremos los mismos y solo cabrá una opción, una salida y una obligación personal: mirar hacia delante, hacia nuestra propia libertad y felicidad. Quedarse atrás queda ya terminantemente prohibido.